Revisión: Sonic Youth – Daydream Nation

Se cumplen en el 2007 diecinueve años de la salida a la calle de «Daydream Nation«(1988) (y el décimo aniversario del día en que me lo compré). Y hace unos meses (en el Primavera Sound de Barcelona mismo), el propio grupo volvía a interpretar el disco íntegro en directo. Pero eso es lo de menos; cualquier excusa es buena para recordar un disco como éste.
Nos ponemos en 1988. Los neoyorkinos Sonic Youth sacan a la calle su quinto LP, de la mano discográfica independiente Enigma. Sus dos primeros trabajos («Confussion is Sex» (1983) y «Bad Moon Rising» (1985)) habían sido dos obras de experimentación radical, realmente difíciles para la mayoría de los oyentes. Pero los dos siguientes, «Evol» (1986) y «Sister» (1987), más accesibles (bueno, aunque sea sólo un poco), les abrieron las puertas a un público más amplio (sin salirse del ámbito del underground norteamericano), que recibió esos discos como auténticas obras maestras. Con «Daydream Nation» se dispusieron a profundizar hasta las últimas consecuencias en los caminos abiertos por esos dos últimos discos.
La Nación de ensueño que describían Sonic Youth vivía en el apogeo de la era Reagan, momento en el que el avance de las nuevas políticas neoliberales iba abriendo abismos sociales, en el que los últimos coletazos de la guerra fría creaban un marco internacional preapocalíptico, altamente militarizado, en el que la amenaza de la guerra nuclear acechaba día sí y día también.
Sonic Youth trataban de narrar un mundo de confusión en el que la inocencia sólo podría ser reivindicada desde el cinismo, un mundo en el que el individuo se siente alienado al verse preso de sus pulsiones de sexo y violencia. Todo esto no se podía expresar ciñéndose a los sonidos mayoritarios de la época, del pop lobotomizado y el hair metal que por aquel entonces copaban la aún joven MTV. Rechazan la estética del culto al líder, del sonido de riffs viriles, de las sobreproducciones impolutas tan típicas de los ochenta. Prefieren reinventar (¿reventar?) el lenguaje del rock en una batidora que mezclara infinitud de referencias, buscando un sonido lo más sucio y estridente posible. En su música encontramos rastros del hardcore norteamericano de principios de los 80 (Minor Threat, Black Flag, Hüsker Dü…), generación con la que estaban hermanados. Pero también hay un profundo sustrato arty, tan típico de la vanguardia neoyorkina, que nos recuerda a los desvaríos de la No Wave y, sobre todo, a las improvisaciones desbocadas del free jazz. Pero sus referentes musicales van mucho más allá. Sus ambiciones de reinventar el lenguaje del rock, y sobre todo el sonido de las guitarras, nos remiten a finales de la década de los sesenta, con creadores como la Velvet Underground. Todo ello sin olvidar el ruido blanco del otro lado del Atlántico, con gente como los Jesus & Mary Chain.
¿El resultado? Un sonido revolucionario, marcado por electricidad brotando a chorro (entonces más que nunca, si alguien merecía ser conocido como Juventud Sónica, era este grupo), estructuras imposibles (definitivamente, aquello de estrofa-estribillo-estrofa-solo no iba con ellos), y unos textos tan crípticos como su sonido. En definitiva, el cuarteto se encontraba en las antípodas de la escena musical oficial de la época, de todo el pop lobotomizado y el hair metal que copaban por aquel entonces la aún joven MTV.

    Las claves del disco

Thurston Moore – Aporta guitarra y las melodías más tarareables del álbum. De hecho, dos de las canciones a las que pone voz («Total Trash» y «Candle») son delicatessen, puro noise pop: unos estribillos perfectos convenientemente ensuciados con capas de mugre eléctrica. Aunque, lejos de acomodarse en busca del single radiable, Sonic Youth siempre prefieren castigar a su audiencia (en Candle terminamos encerrados durante siete minutos y medio en un sótano claustrofóbico). Moore también pone voz a la explosiva «Silver Rocket», a «The Wonder» y «Hyperstation» (pertenecientes a «Trilogy»), y a «Teenage Riot».
Lee Ranaldo – Aporta guitarra, oscuridad y los momentos de confusión esquizoide en Daydream Nation. En «Eric’s Trip» su voz se ahoga en un torbellino de wah-wahs paranoicos. «Hey Joni» es el grito desesperado de alguien que ve que pierde las riendas de su vida. Y «Rain King», con una gravedad digna de Joy Division, es aterradora como una tormenta de piedras en mitad de un páramo eléctrico.
Kim Gordon – Aporta bajo y furia volcánica. Uno de los personajes femeninos más alucinantes de la historia del rock brilla en este disco en todo su esplendor. Tiene sus momentos de relajo (el inicio de «Teen Age Riot» o «The Sprawl», pero de pronto brama Ahora piensas que soy la hija de Satán, y ya nada vuelve a ser lo mismo. Y es que es la protagonista de los siete minutos de hardcore de» ‘Cross The Breeze». Y llena «Kissability» de un sucio erotismo que nos adelanta los grandes singles de discos posteriores como «Goo«(1990) o «Dirty«(1992). Y en «Elimination Jr». …mejor que salgamos corriendo.
Steve Shelley – Aporta la batería. Todavía no destacará dentro del conjunto como lo hará en discos posteriores, pero no por ello deja de dar empaque a la banda, mostrándose como un percusionista versátil, capaz de llevarnos desde el hardcore hasta la hipnosis en los momentos más ambientales.
Teen Age Riot – Paradigma de hit en las radios universitarias estadounidenses, y una de las canciones más recordadas de toda su discografía. Un perezoso recitado de Kim Gordon nos acompaña hasta las puertas de la irresistible melodía vocal con la que Thurston Moore cabalga sobre un enjambre de guitarras. Atención al vídeo, un homenaje a las grandes figuras de la contracultura norteamericana. A ver a cuántos reconocéis.

Providence – Psicofonías y ruidos lejanos hacen que lo que a primera vista parece un interludio de respiro en el ecuador del álbum, se convierta en uno de los momentos más desasosegantes que yo haya escuchado.
Trilogy – Aunque alguna vez hayan negado ser fans de The Velvet Underground (¡mentirosillos!), la verdad es que en más de una ocasión han intentado hacer un final apoteósico a lo «Sister Ray». Y aunque todavía les quedaba bastante para componer los 20 minutos de «Diamond Sea», el cuarto de hora de traca final en forma de sinfonía en tres movimientos que es «Trilogy» ya revela sus intenciones. Empieza con un nuevo guiño al hardcore en «The Wonder», que va diluyéndose en «Hyperstation», y estalla en «Eliminator Jr.», una macarrada en la que sacan a relucir el sonido más bronco de todo el álbum.

    Y después…

Daydream Nation fue la consagración definitiva del grupo ante la crítica. Podríamos verlo como la culminación de los años del grupo dentro del circuito independiente, su momento más ambicioso, y quién sabe si su mejor LP (aunque sus dos álbumes precedentes, Evol y sister, no merecen en absoluto ser considerados como inferiores, al igual que varios de los posteriores). Sin embargo, una mala distribución, y finalmente la quiebra de la compañía que lo editó, hizo que su difusión (incluso entre el público alternativo) fuera relativamente pobre. Esta circunstancia fue decisiva para que, poco después, la banda decidiera fichar por la multinacional Geffen Records. De ahí en adelante vendrían su participación decisiva en el fenómeno Nirvana, los años del grunge, la creación de Sonic Youth Recordings, la entrada y posterior salida en el grupo de Jim O’rourke… Así hasta dos décadas más de una trayectoria que a día de hoy no parece agotarse. Pero eso es ya otra historia.

    Influencia posterior

Es difícil rastrear la influencia de este álbum (bueno, de toda la carrera de la banda) en la música posterior por lo amplia que resulta. Innumerables artistas de todo tipo se declaran admiradores de Sonic Youth, por su espíritu iconoclasta y su capacidad para emplear el ruido y el caos como vehículo desde el que dar rienda suelta a su libertad creativa. Por ejemplo, los de Nueva York fueron, junto a contemporáneos como Pixies o Jesus&Mary Chain, el grupo de cabecera de muchos en la generación del Noise estatal de mitad de los 90 (Beef, El Inquilino Comunista, Penelope Trip…). Baste fijarnos en la proliferación de conjuntos con nombres tomados de canciones de Sonic Youth (mismamente, Eric’s Trip o Eliminator Jr. primera banda en la que militó Nacho Vegas).
También puede decirse que buena parte del post rock heredó el espíritu de este cuarteto. La huída de las estructuras convencionales del rock, o el juego sónico entre silencios y ruidos ensordecedores (piénsese, por ejemplo, en el «Young Team» de Mogwai), pueden ser una muestra de la impronta que los neoyorkinos dejaron sobre este estilo.
Y no olvidemos la figura de Kim Gordon como icono antirock-star femenino. Kim dio la vuelta al prototipo de chica punk, mostrándose como una personalidad poliédrica, en la que fuerza, erotismo, sensibilidad adolescente y esquizofrenia luchaban por imponerse. Ella, junto a otras compañeras de generación como Kim Deal, fueron uno de los espejos en los que se miraron las Riot Grrrls, o gente como PJ Harvey o Kristin Hersh.

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