Pellejo tatuado de Blues tejano

Noche histórica para Cantabria. El pasado 23 de julio recibíamos la visita del legendario guitarrista Johnny Winter de la mano de Bandini Producciones. El maestro albino tocó en la plaza de toros de Santoña y a pesar de su considerable merma física, hay que decir que parece en mejor estado de salud que hace unos cinco años, cuando lo vi en Puente La Reina.

Antes del plato fuerte el dúo de blues Los Reyes del KO empezaron a meternos en faena. Marcos Coll a la armónica y Adrían Costa, guitarra y voz, conforman el grupo. En directo se hacen acompañar de batería y bajo, Javier Vacas para más señas (Sex Museum, Los Coronas, La Vaca Azul…).
El cuarteto dejó un repertorio variado con pinceladas de blues, funky, incluso cosas tan dispares como una versión de la habanera de Sebastián Yradier “La Paloma” o el tema de Michael Jackson “The way you make me feel”. El tiempo dio la razón a Marcos Coll que pronosticó que no volvería a llover. Antes del concierto tuvimos agua, pero lo que podía haber sido el fin del espectáculo, no en vano, el escenario no estaba cubierto… se quedó en un leve susto. Además el albero aguantó mejor y no se levantó apenas polvareda.

Llegaba el turno de la leyenda, la duda era “¿cómo estará físicamente?”… “¿aguantará bien el concierto?”. Los preparativos previos nos podían dar alguna señal. De momento, una silla plegable con un gran cojín encima que luego quitaron. (Creo que Johnny debería de tocar en un trono más que en una silla de esas). Los músicos de acompañamiento empiezan a pulular por el escenario, la emoción va creciendo… la eminencia debe de estar cerca de salir.
Un “Speaker” presenta al músico con esa pequeña parafernalia que hace que parezca que lo que vas a ver, vale más que si no hubiese esa introducción… en este caso si que lo valía, sobre todo por la historia que representa.

La primera sorpresa, J. Winter sale por su propio pie, no necesita un lazarillo que lo acerque al escenario… Una figura encorvada camina a pasitos como los niños cuando empiezan a andar, sus rodillas flexionadas, está cascado, sin duda, pero esta vez ha salido el solo. El tejano coge su particular guitarra Lazer y empieza el recital después de una intro a cargo de su banda. Es curioso este artefacto más parecido a un juguete que a un instrumento de verdad, con una caja estrecha, sin clavijero y blanca como su dueño… una vieja y fiel compañera.
La segunda sorpresa, ya con la segunda canción el otro guitarra, Paul Nelson, desaparece y la formación se queda en trío. Fue así casi la totalidad del concierto… nada que tapara al bueno de Johnny, no necesitaba ayudas innecesarias, no precisaba de armónicas para darle un segundo aire. El monólogo de las seis cuerdas solo acompañado de bajo y batería. No hacía falta más. Por cierto, ver tocar el bajo a Scout Spray es alucinante, ¡qué clase!, ¡qué dominio!… parecía una prolongación de su cuerpo, lo hacía con rapidez pero con una ligereza pasmosa. Parecía que estuviese tocando a una mujer. El domino del instrumento era meridiano. Scout pulsaba a la perfección el tempo de las canciones… la batería acompañaba y en primer plano todo el protagonismo para la pálida estrella, para el “Papa” tatuado de blues, para el Albino más famoso del rock. Un hombre decadente y machacado, un anciano prematuro, una persona castigada y frágil. Coetáneos como Mick Jagger parecen Peter Pan a su lado.
Eso si, cuando Johnny encara el mástil de su guitarra y recorre la madera con esos dedos huesudos y artríticos como garras de paloma, entonces lo demás da igual. El blues más primigenio se apodera de nosotros representado y servido como solo se pueden servir los mejores manjares hechos por los mejores cocineros. Es evidente que ya no tiene esa rapidez endiablada y única de hace veinte años, pero la técnica y el gusto si. El pellizco no lo ha perdido y el sello made in J. Winter sigue presente en sus dedos y en su voz ronca y arrugada. El sonido acompañó y el espacio también. Había gente (1.200 personas aproximadamente) pero te podías mover sin ninguna dificultad… el sonido de mi adolescencia a media hora de Santander, mi guitarra favorito otra vez solo para mis ojos, aguantando como un jabato. Hace unos cinco años le sacaban al escenario, estaba prácticamente ciego y le temblaban manos y piernas. Si lo hubiera visto por primera vez, hubiera pensado, “¡qué mal está!”… después de esa primera ocasión en la que su estado era lamentable de todo punto, la sensación es… “parece bastante recuperado”.

Johnny Guitar, Mojo Boggie de J.B. Lenoir o It’s all over now de los Stones y Highway 61 revisited de Dylan, esta ya con la Firebird y tirando de slide, fueron alguna de las piezas que quedarán para el recuerdo de los que allí estuvimos, entre ellos un niño de Toledo de doce o trece años que venía con su padre aprovechando las vacaciones en Isla. De verdad que ver esto me pone supercontento. Ver que veinte años después sigue habiendo gente que descubre la música a través de los clásicos y que empiezan tan jóvenes, me confirma que el rock nunca morirá. El chaval vivió algo histórico, aunque seguramente no se dará verdadera cuenta hasta dentro de unos años. Imagino que su padre se lo recordará.

El final de la noche fue inesperado y bastante emocionante, la casualidad o el destino quiso que la furgoneta fuera a salir por delante de mis narices y yo, que en ese momento me encontraba en la más absoluta soledad, no pude más que subir al vehículo a agradecer al ídolo su arte e inmortalizar el momento. Esta vez al que le temblaban las manos y las piernas era a mi.

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