Matt Elliot

Los Picos Whisky Bar (Liérganes)
11 de marzo

Matt Elliot volvía a actuar Cantabria, 5 años después de su paso por el escenario del festival Tanned Tin. Toda una cita de lujo con un creador singular, personal y siempre arriesgado. Así vi las cosas, y así os las voy a contar.

El marco del concierto no podía ser más adecuado: ese oscuro garito de madera, piedra y humo que es Los Picos podría ser la taberna de la portada de su LP “Drinking Songs”. Sobre el público, éramos pocos pero bien avenidos. Quizás mejor para nosotros que el bar sólo estuviera a la mitad para poder percibir hasta el último detalle de lo que hacía este hombre.

Sobre el escenario estaba a la vista todo el equipo de Matt Elliot: una guitarra española y otra eléctrica, una flauta, una melódica, una especie de dulzaina y unos cuantos cachivaches que para deformar su sonido, hacer que canciones limpias se contorsionen hasta convertirlas en una pared de ruido amorfo y aterrador. Para el que no sepa de qué va su propuesta, no es fácil de explicar con palabras. Digamos que el de Bristol comienza tocando la guitarra y canta de forma convencional, pero sobre la marcha va grabando y repitiendo sus propios sonidos, de modo que puede hacerse coros a sí mismo y multiplicar hasta el infinito lo que sale de su guitarra.

El concierto se centró en la presentación de su reciente “Howling Songs” (2008), otro disco de música tradicional de ninguna parte -en un momento en el que el country-folk norteamericano se ha convertido casi en el standard de la música triste, Elliot ha aprovechado para huir de ese modelo-, quizás más introspectivo y sereno que en anteriores entregas. Elliot juega al despiste, utiliza trucos futuristas para crear sonidos viejos: esos juegos de loops y drones hacen que su música, más que antigua, suene primitiva, o primigenia. Tras una hora de actuación, una tormenta de drum’n’bass furioso -todavía conserva dejes de su pasado con Third Eye Foundation– nos devolvía a la realidad, el aquí y ahora, Liérganes, marzo del 2009. Resulta llamativo que este rato, uno de los momentos más tormentosos del concierto (al menos en lo sonoro), sirviera como descanso para el artista, y casi también para nuestros corazones: el nivel de intensidad emocional de la música de este hombre es altísimo, y no siempre necesita de catarsis ruidistas para resultar desgarradora.
Tras un descanso, volvió con un par de bises. A estar alturas de la noche ya se le notaba francamente nervioso. Nos comentaban que es un perfeccionista hasta la obsesión; los comentarios que hacía entre tema y tema creo que dan fe de ello, con cosas tipo “pido disculpas por los errores, la siguiente canción sí que la he ensayado mejor”. Pienso que la cosa no era ni mucho menos para tanto, pero sí que nos puede ayudar a entender la meticulosidad del trabajo de este hombre.

La prensa suele decir que la música de Matt Elliot suena a folk centroeuropeo. Yo nunca he tenido muy claro a qué se refieren con eso; a mi su música en solitario me recuerda a las habaneras. Canciones de marineros solitarios, borrachos en la taberna fantasmagórica de un puerto lejos de casa. En su último disco aparece una canción titulada “I’ll Name This Ship Tragedy, Bless Her and All Who Sail with Her” – llamaré a este barco Tragedia, benditos sean ella y todos los que navegan con ella– que refleja las imágenes que surgen en mi al escucharle. Ahí canta This Fucking Ship Has Lost Again este puto barco ha vuelto a perderse-; lo que nos cuenta es que él (y el mundo entero) está equivocado, extraviado, borracho, se está hundiendo, y lo único que puede hacer mientras todo se va a pique es lanzar este aullido.

En suma, un concierto denso, difícil, arriesgado, pero excepcional. No es habitual ver por estas tierras propuestas que se alejen tanto de la convencionalidad, así que me siento afortunado porque haya gente que se anime a traernos cerca de casa a artistas de este calibre.

Texto y fotos: Carlos Caneda Fernández

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