Damien Jurado

Damien Jurado
24 de mayo del 2009
Sala Tropicana Club (Santoña)

Tengo un hijo de nueve años, y no le gusta mi música porque dice que es muy triste. Yo le digo que lo que hago es como una cebolla, que aunque cuando la cortas te hace llorar puede servir para hacer cosas buenas. Y él me dice “entonces, ¿tu música huele mal?”. A mi hijo le gustan Kraftwerk y Daft Punk, y dice que yo tendría que hacer algo así. Y yo le digo que voy a intentar grabar un disco de música electrónica, pero que tratará sobre parejas que se separan y gente que muere”. Este comentario lo hizo Damien Jurado durante su concierto, y define perfectamente la forma en que entiende la música.

Fuimos unos cuantos los que nos llevamos una gran decepción cuando se canceló el concierto que Damien Jurado iba a dar el mes de noviembre pasado, en las Naked Sessions del Conservatorio Jesús de Monasterio. Así que recibimos como agua de mayo la noticia de que meses después al fin tendríamos nuestra cita con el estadounidense. Y el agua de mayo se manifestó en forma de una enorme tromba de agua que nos hizo pasar miedo en la carretera durante el viaje de vuelta a casa, pero que también hizo que la luz de primavera se tornara en un gris frío y húmedo, y se diera la puesta en escena ideal para la música que ibamos a escuchar.

La cita se concertó en la Tropicana de Santoña. Hacía bastante tiempo que no me acercaba por la ciudad de El Dueso, y la verdad es que me alegré al comprobar el buen aspecto que presenta la sala. Las obras que han hecho que se reduzca su actividad musical durante los últimos meses han dado frutos bastante evidentes: espacio mejor repartido y escenario más visible hacen que los conciertos se puedan disfrutar con más gusto.

Damien Jurado se nos presentó solo sobre el escenario, agazapado detrás de su guitarra y con la única compañía de una botella de Coca Cola. Una bebida sobria para un concierto bien sobrio. Mostrando su música (su alma) sin artificios de ningún tipo, lanzándose al vacío sin red. De hecho, en el repaso de su enorme último disco, “Caught Up in Trees”, se atrevió a saltarse “Gillian Was a Horse”, su single más evidente, la que habría sido la vía más rápida de meterse al público en el bolsillo. Pero no le hizo falta. Desprovistas de los arreglos con los que su grupo abriga su repertorio en discos, sus canciones quedan como una desoladora colección de folk dotado de un enorme peso emocional, frágil, desnudo, a ratos tan desgarrador como pueden ser unos Red House Painters. Doloroso a la vez que magistral.

Entre los asistentes no creo que llegáramos a ser cincuenta persona. Pocas, pero devotas del chicano de Seattle (“tierra recordada por el grunge, Microsoft y los asesinos en serie”, comentó al presentar “The Killer“). Se ve que eso de “el calor del público” le hizo sentirse a gusto, de manera que a medida que avanzó al actuación no sólo creció la intensidad de sus interpretaciones, sino que también fue mostrádose más abierto y hablador (eso sí, disculpándose por no haber sido capaz de aprender el castellano, la lengua de su familia). Al final, terminó estirando el repertorio varios temas más de lo previsto, hasta culminar la ceremonia de exorcismo sentimental. Eso sí, a algún redactor de ANDN esto no le pareció suficiente, y se quejó de que fue un concierto corto y demasiado manso. Y es que nunca llueve a gusto de todos… y eso que el domingo cayó un buen diluvio.

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