BIME 2014, dos años que parecen muchos más (viernes, 31 de octubre)

Fotos cedidas por www.denaflows.com
Texto: Santiago V. M. (Stoner)

“El negocio de la música como entretenimiento y su seguimiento a modo de manada”. Podría ser el título de alguna conferencia del BIME. Lo mismo ya lo han hecho. Hay que recordar que este festival está dedicado en una parte importante a los profesionales de la industria musical. En algún momento me imaginé como un cobaya enjaulado, rodeado de iguales, observado desde algún punto de ese gran recinto. ¿Será el BIME Live la base de unos sesudo análisis sobre el comportamiento del público festivalero? ¿Utilizarán esta información para futuros estudios de mercado?

Si, seguramente era un pensamiento exagerado, no creo que haga falta mucha ciencia para saber como nos comportamos en este tipo de eventos y qué es lo que el público demanda. Gente que se disfraza de moderno, también alguno disfrazado de Halloween, móviles haciendo fotos, móviles grabando, móviles llamando a los que no estaban. No sé cómo lo hacíamos cuando no existía este aparato pero el caso es que lo hacíamos. Al final, tanto móvil y tanta polla, uno de ellos acabó en una de ellas… pero eso lo explicaré en la segunda parte. Allí además teníamos unas barritas luminosas que llevaba todo el mundo y debían regalar en algún sitio que no descubrí. No estaba para perder el tiempo, pero que sin duda merecía ser quemado. Alguna publicidad de alguna bebida que aquí, no haré. Juro que yo sólo veía barritas, era como si hubieran caído del cielo, a modo de tormenta. El caso es que pabellón estaba cubierto así que supongo que las darían al pedirte algún cubata de la bebida en cuestión. Si es así, nos dejamos en las barras se deja más dinero del que yo pensaba. En serio, va a llegar un momento que a la gente la van a pintar la cara a la entrada de este tipo de eventos, les van a regalar una nariz de payaso o un matasuegras, y les va dar exactamente igual quién toque o cómo lo hagan. El primer paso para su gozo está en esos detalles, luego con tal de poderse hacer un selfie o lo que esté de moda en ese momento, ya tienen el festival hecho.

El Bizkaia International Music Experience, que es lo que significa BIME, a pesar de llevar sólo dos ediciones, ya parece un festival perfectamente consolidado. A nivel de organización/producción funciona muy bien y se ve que no escatiman en medios ni en personal. No recuerdo tardar más de cinco minutos ni en pedir en barra, ni en ir al baño, ni en pasar de un escenario a otro. Este año han hecho los pasos por abajo, al contrario del pasado que entre la zona y otra había que subir y salir por arriba. Esta vez se accedía al teatro por abajo, quedaba casi enfrente del grande. Un movimiento maestro, como cuando Pep colocó a Messi en el Bernabeu entre líneas.

Está claro que un edificio así cuenta ya con una infraestructura que hace que no tenga nada que ver con otros festivales al uso. Ya no sólo estar a resguardo (aunque haya hecho un tiempo de lujo, no es lo habitual para esas fechas). Es pisar terreno firme, igualado, es tener unos baños de los de verdad, con personal que los mantiene, y además tener todos los que quieras y más. Incluso para nosotros había “cohetes” (Me pareció muy curioso). Levantar esas gradas y conseguir disfrutar de la sensación de estar viendo un concierto en un teatro también está muy bien. Aunque la estructura de las butacas pueda vibrar un poco, aunque no haya telones o palcos (no nos olvidemos que esto se levanta en una nave impersonal, bastísima, como un gran aparcamiento). Pues bien, en un momento dado, puedes incluso olvidarte de que estamos dentro de algo sin aparente alma. Además el sonido es realmente bueno. Otra cosa es que a diferencia de los teatros, aquí no se cerraban las puertas una vez empezada la función, y claro, es mucha gente y no todos entrando o saliendo a la misma hora.

El viernes 31 de octubre llegué a Barakaldo con tiempo de sobra, quería vivirlo desde el principio así que sobre las 15 horas ya estaba instalado en la Pensión Euskadi. Misma habitación que el año pasado, no hacía falta cambiar. Una pequeña tumbada para descansar antes que no hubiera remedio y la visita de rigor al bar que hay justo debajo. Por allí no se dejaba ver mucho ambiente, pero sí en el Café Aragón, justo enfrente del BEC. Allí, tranquilamente, sentado en la terracita, hice el tiempo justo antes de entrar. A mi alrededor todo gente que salía claramente del BIME PRO (Apartado del festival enfocado a los profesionales), con sus carpetas, apuntes, era como estar en la cafetería de la universidad. Como ya he dicho yo iba directamente a las “prácticas”.

La primera sorpresa es que se entra por el otro lado y sólo por allí, para rodear hasta la zona de los tres escenarios corridos, como comenté antes. Ya no hacía falta salir para nada. Lo primero para ver eran los vascos John Berkhout, que curiosamente no tocaban en el escenario de las bandas del país vasco, lo hacían en el escenario dos, que impresiona bastante, la verdad. Tiene que ser un gustazo tocar en un sitio con tanto espacio. Mi colega Luisbe (Luk) me dice que antes, hace años, el grupo se dedicaba al Nu-Metal y parece que no era una ironía. Es sorprendente entonces la evolución del grupo, ahora parecen tocar los sonidos del silencio. Si antes eran lobos, ahora son tiernos cabritillos, cualquiera les hubiera abierto la puerta de casa escuchando esa música tan calma y bucólica. Voces que recuerdan a Simon & Garfunkel, Fleet Foxes, etc. Un aperitivo nada indigesto para ir cogiendo la medida del festival aunque su propuesta me encaja más en un sitio más íntimo.

Galería completa de Go Go Berlín

En el escenario principal Go Go Berlín nos daban una ración de rock & roll vitamínico y festivo pero para mi gusto totalmente superficial y vacío. Típico grupo que cuando haces el repaso mental de los dos días puede haber quedado sepultado bajo toneladas de recuerdos. Mucho postureo y pocas nueces. El recuerdo de los Strokes por aquí, Kings Of Leon por allá y cómo no, también Aerosmith (les hace falta comer muchas sopas para llegar a la altura de estos). Si el cantante no pidió palmas al público mil veces, no las pidió ninguna. Parecía Marc (Sidonie) nombrando “Santander” en el Santander Music Festival. ¿No se darán cuenta de estas cosas? Gimme Your es chispeante pero una vez abierta, la botella no mantiene mucho el gas. No me los creí mucho.

Galería completa de We cut corners

Mi itinerario seguiría con We cut corners, que venía sustituyendo a Jeff The Brotherhod. (En el BIME hay que elegir, con las cosas buenas y malas que conlleva esto). Aquí el escenario dos se hacía más grande aún ya que sólo había guitarra y voz y batería y voz, ambos se alternándose a la hora de cantar. Siempre me han admirado los buenos baterías, me parece bastante complicado llevar esa coordinación. Si a la vez cantas es un escalón más. Conall O’Breachain no se defendía nada mal con las baquetas pero con la voz abusaba mucho de falsetes. Aún tratándose de una formación tan básica, se atrevieron con el Helter Skelter de los Beatles… En definitiva y a pesar de no ser muy partidario de este tipo de bandas (guitarra/batería) que ahora parecen tan de moda, el concierto me entretuvo y canciones como YKK o Go easy no están mal del todo.

Galería completa de Imelda May

Llegaba el turno para Imelda May, una de las cosas a las que más ganas tenía. La banda al completo salió disfrazada para honrar la noche de Halloween. A la gente le hizo mucha gracia pero a mi me gusta ver a los músicos vestidos de músicos. Además estos siempre van ataviados de manera tan elegante… aquello parecía menos un concierto y más una fiesta de disfraces. Cambiamos la corbata y la seda por un delantal manchado de sangre, los tupés por la melena o directamente por un pelucón alborotado, la etiqueta por la simulación. Puede que sea una chorrada pero ya no te los tomas tan en serio. Eso sí, el luminoso IMELDA MAY (TRIBAL) con rojo vivo que acompañó a la banda durante toda la actuación era muy chulo. Como la firma de un graffiti incandescente. Eso tenía fuego, el concierto se quedó en rescoldos de lo que yo esperaba.

A Imelda la había visto dos veces ya, una en el teatro CASYC de Santander y otra en Mendizabala (Azkena Rock Festival de Vitoria). La primera deslumbrante y la segunda muy regulera. Yo pensaba que la segunda había sido la excepción, estaba seguro que la norma sería lo que disfruté en mi estreno. Por lo que sea, la vez que más me ha gustado fue la única que estuve sentado que es algo que normalmente rechazo. Los mismo para disfrutar de Imelda May hay que estar verdaderamente cómodo y con un sonido perfecto, lo mismo influyó que era un concierto suyo, y no un set recortado en medio de un festival, porque en el Azkena no había disfraces de por medio. A lo mejor es que simplemente me gusta más la parte más jazz/blues que la rockabilly o puede que simplemente la primera vez tiene ese plus que nunca se repite. Así las cosas Wicked Way es puro cine negro, huele a club de mafiosos cerrando negocios, parece que la trompeta hace el amor con la sordina, realmente sexy… En Gypsy in me seguimos en ese club, acercándonos a alguna chica con el corazón roto. Balada muy sentida con un trabajo genial de su marido Darrel Higham a las seis cuerdas. Para echar el moco. Las canciones de cabalgada, Wild Woman, Johnny got a Boom Boom y demás, dejaron satisfecho al gato de mi camiseta de los Stray Cats pero a mí sólo a medias.

Galería completa de Thurston Moore

Llego a ver a Thurston Moore y compruebo como mi amigo Iván (seis años) ya está absorbiendo las embestidas del ex Sonic Youth con unos buenos cascos y en la distancia. Nos damos un abrazo que no le veía desde John Fogerty y en esos momentos me siento más cerca de mi hija. Subo a Iván encima de mí como si fuésemos una pareja de patinaje, pero el crío ya comprende que no estamos ahí ni para patinar, ni para bailar. Sube el puño con los cuernos en alto y empezamos a sentir esa energía de música afilada y eléctrica. Corrientes sonoras, intensidades, mucha potencia, se advierte el peligro. Las canciones golpean como un martillo pilón, velocidad de crucero. Una pantalla proyecta desde el fondo una mano que no puede agarrar ninguno de los objetos que le van cayendo desde arriba. Más de uno tampoco pudo agarrase a esta propuesta y optaron por irse a ver a Fuel Fandango que por lo que cuentan, montaron una buena fiesta en un abarrotado teatro para verlos. (Un sitio que no les venía nada bien). Por lo que había escuchado del mozo en solitario, no sabía muy bien qué esperar, pero visto el directo no me pareció muy diferente a lo que hacía con SY. No en vano el batería que lo acompañaba era Steve Shelley. No sólo eso, el elenco lo completaba Debbie Googe (My Bloody Valentine) al bajo, además de su guitarrista habitual. Y yo encantado, para mí esta música se trata de “ruido” bien hecho. Y rasguear y rasguear la guitarra sin parar… (En casa me costaría escuchar unos cuantos discos seguidos, también lo digo)

Nos dirigimos al teatro, a ver a Anna Calvi, tenía alguna duda con Macy Gray, pero visto que allí no había vientos ni coros ni nada de lo que yo esperaba, las dudas se disiparon rápidamente. Es verdad también que había tomado ya la decisión de Anna, pero había peligro de cambiar sobre la marcha. Nada, si hubiera parecido un concierto de soul todavía, pero tenía toda la pinta de ir a la deriva más hip hop. Lo poco que escuché no me dijo gran cosa.

Galería completa de Anna Calvi

Anna Calvi empezó con un retraso de 20 minutos aproximádamente, que si bien no es mucho tiempo, en la inercia de un concierto tras otro sin parar y con los temidos solapes, me suponía cierta intranquilidad. A ver si se iba a descabalgar todo después. Por fin comenzó su set y quedé rendido a esos cantos de sirena, a ese magnetismo. Es difícil trasladar estas cosas con palabras. Hay artistas que trasmiten esa personalidad. Y eso que estábamos sentados bastante atrás, se la veía pequeñita, más de lo que es. Pero en ese cuerpo menudo, vestido de hija de Bertín Osborne, sale una fuerza inexplicable. La amplificación de la voz hace que sus ecos resuenen en todo el “stage” como un canto dramático y aguerrido a la vez. Las imágenes se suceden en mi cabeza, van de Jimi Hendrix a Jeff Buckley, pasando por PJ. Harvey. Una mezcla misteriosa y de cosas muy diferentes pero curiosamente, todo artistas “únicos”. Las notas de la guitarra te pellizcan, su voz de animal herido se torna tenebrosa y profunda, arrolladora. Creo que quiere venganza, estamos en medio de su tela de araña, la ha ido tejiendo poco a poco y nos va a devorar. Todo muy misterioso, sensual, oscuro, visceral… canciones que parecen sacadas de la banda sonora de Twin Peaks. Brutalidades como Eliza. Además el acompañamiento aliñaba perfectamente las composiciones, teclados, batería, bajo, marimba, harmonium y otro pequeño set de percusión que hacía que aquello por momentos fuese realmente épico.

Galería completa de Divine Comedy

Luego no tenía que salir del teatro, pues quería ver a Divine Comedy. Podría haber visto media hora a Basement Jaxx pero con el retraso de Anna, lo mismo no había tanto descanso así que era mejor no pensarlo. Neil Hannon comenzó diciendo que se había roto un dedo paseando al perro y que no podía tocar la guitarra, lo que le hacía sentirse algo incómodo delante del micro. (Juro que al día siguiente pensaba que Neil había bromeado comentando que se lo había roto metiéndole el dedo en el culo). Yo también estuve muy incómodo. El trasiego de público por los pasillos era exagerado, me sacó del concierto. Gente que entraba, salía, pasaba delante de ti, subían por las butacas, en fin… No eran las condiciones para ver esa música. Ya estuve con el colmillo retorcido para el resto. Recuerdo con cierto placer When the lights goes out all over Europe o Lady of a certain age que seguí con mis dedos tocando un teclado invisible. Venía con banda, bueno, un teclado, bajo, batería y chelo. A mi se me quedaba corto, hubiera preferido algo más barroco, más orquestado, aunque ya contaba con ello. Recuerdo el Have you ever been in love de su último disco que en su día, compré muy barato en la Tipo (más flojo que los anteriores). También ver al crooner fumarse un cigarro en medio de una canción y pensar “¡Qué cara le echa!”. Se me echaba el tiempo encima y Placebo no esperaba. Me fui como el que tiene que subirse el pantalón corriendo sin haberse sacudido bien de la meada que estaba echando, pero no quería ver dos cosas a medias.

Galería completa de Placebo

Con Placebo la capacidad de sorprenderse es mínima. Creo que llevan ya tiempo haciendo el mismo disco, de hecho, creo que se podrían intercambiar canciones de unos a otros y no cambiaría mucho la cosa. Está claro que los hay mejores y peores pero la media de todo su trabajo es alta. La cuestión es que tampoco hay evolución en su sonido. Creo que si te gustaban antes lo deberían hacer ahora, otra cosa es que quieras algo diferente. El caso es que a mi me siguen gustando y tienen un directo solvente (las dos veces que los había visto, sonaron como un tiro) pero ya no tengo el mismo sincio por escuchar los discos de manera inmediata. Eso si, pasado un año de su estreno, los pego el primer orejazo y siempre digo “Siguen en forma”. Ya no hay pasión pero sigue habiendo reconocimiento. El concierto tuvo los mismos parámetros. No hay sorpresa, siempre están bien, puedes discutir el repertorio, más centrado en lo nuevo, o alguna canción que sonó más acelerada, pero la precisión, la ejecución, lo que es la técnica, no falla. Ahora los músicos de apoyo no están ocultos entre bambalinas… Pero me falta pellizco, es como una película que ya has visto. Disfruté, hice “air guitar”, bailé con una chica que bailaba desatada, me dejé llevar pero creo que ya por pura inercia, en modo “piloto automático”. Para lo bueno y lo malo son un grupo demasiado perfecto. Dicho esto, A millon little pieces me derriba, ese teclado es pura acupuntura, cada nota se clava en el sitio preciso. Es difícil no dejarse llevar… Loud like love es un pepinazo irresistible. (Por nombrar dos de su último disco, que la gente rechaza mayoritariamente). Infra-Red cierra el concierto y nos zambullimos en una especie de baile autómata al son de ese sonido a rock industrial y electrónico. Pensé que Piqué me había perseguido hasta Barakaldo pero era Stefan Olsdal que se ha dejado pelo y barba. Y no hablo del parecido del batería Steve Forrest con el enano de Juego de tronos porque creo que con este llego tarde.

A esas alturas de la noche ya vivía yo en una canción de Sabina porque la vida pasaba delante de mí como un huracán. Hay que reconocer que los camareros de las barras, te servían el Kalimotxo a demanda, como debe ser. Quedamos dos valientes de todo el escuadrón cántabro y demás gente con la que compartí la tarde/noche. Dos de unos cuantos, a esa altura ya las conversaciones eran de todo y sobre todo…

No sé cuánto tardé en salir de ese pozo, pero de repente estábamos en medio del concierto de los FM Belfast que lo pusieron todo patas arriba. Música electro-pop, juguetona, sencilla y contagiosa. Había muy buen rollo en el ambiente. Todo un descubrimiento. Canciones cantadas muchas veces hasta por cuatro personas con una estructura y una manera de ir encajando piezas que te llevaban irremediablemente a una dirección única, el baile. Hechas de una manera muy inteligente, yo diría que más que por músicos, por neurólogos. Esto es una droga natural. Allí apenas había una pequeña batería y un teclado y eso sí, mucha gente cantando, haciendo el saltimbanqui y disfrutando como si fuesen público que ha tomado el escenario. Tenían ese punto hoolingan. Y en medio de esa especie de circo freak, otro doble del enano de Juego de tronos hacía piruetas en el aire, movía la cadera, el pie, movía la tibia y el peroné (hasta venía con unas rodilleras). Las boas arcoiris como si fueran parte de las luces. Cada vez que venía una subida, los fogonazos cruzados multiplicaban el efecto de la música, esa nave fría e impersonal se había convertido en una discoteca de cuatro de la mañana. Underwear fue uno de los mejores ratos que he pasado yo viendo a un grupo de este tipo de música. En medio de aquel ciclón que no hacía más que subir, colaron el estribillo “Fuck you, I won’t do wha yo tell me” de RATM y la gente se volvía loca. En I don’t wanna go to sleep either (genial el título) acabaron y acabamos con el puño en alto con el You gotta fight for your right de los Beasty Boys. Desde luego que los islandeses me dejaron el cuerpo bien vareado para caer a plomo en la cama, eso sí, al día siguiente… Virgen de la Santa resaca.

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