The Cult reinan en Vitoria (Azkena Rock Festival 2017 / Parte 3)


Fotos cedidas por denaflows.com excepto la portada por MusicSnapper y la de The Cult por Gavitana
Texto: Santiago V.M. (Stoner)

Sábado 24 de junio. La plaza de la Virgen Blanca, sus terrazas, la gente, el sonido de los semáforos, Vitoria. Unas cañitas mañaneras en buena compañía, niños bailando, abuelos curiosos. Pat Capocci poniendo banda sonora a esa foto gloriosa. (Un poco de buen Rockabilly nunca viene mal). A veces el sol también asomaba picando fuerte. Un rato y se iba. Como si estuviera de ronda.

Una vez ya en Mendizabala, tuve una jornada un poco loca o dispersa. Se hicieron efectivos parte de mis miedos en un festival con tanta oferta y en donde parece casi imposible ver un concierto entero. Hay que ir a la carrera y afinando mucho para perder el menos tiempo posible. Entre visitas al baño, repostar en barra, grupos que se solapan y encuentro con amigos y conocidos hay veces que avanzar es duro. Casi agradecería menos grupos y por lo menos 10 minutos entre escenarios para no peder nada. También suprimiría la media hora de vacío antes del cabeza.

Galería completa de Buck & Evans

A las seis de la tarde, Buck & Evans desde Gales, en el tercer escenario, podría ser el resumen perfecto del motivo mi adoración por el Azkena. Un grupo que ni siquiera tiene un “larga duración”, del que no había escuchado nada hasta su inclusión en el cartel. Con unos músicos que si no les pillas encima del escenario podrían pasar por tramoyistas sin ningún problema, si acaso una cantante con cierto aire a Mama Cass. Ni rimel ni lentejuelas, cero fuegos de artificio. Nada de aditivos o colorante artificial. Aquí solo hay MÚSICA, así con mayúsculas. Y eso no se puede explicar en unas líneas… No de elevar los puños, no de gritar “uh, uh, uh”, no de dar palmas… solo música para escuchar y sentir.

Chris Buck logra trasmitir con su guitarra en 40 minutos lo que no logran muchos en toda su vida. Hay que verlo, o escucharlo. Está tocado por una varita mágica. En cada nota el trabajo del pequeño artesano. Un buen ejemplo de cómo tocar limpio, con un estupendo manejo de los tiempos, la intensidad. Por la gloria de Steve Ray Vaughan… Chris, gracias por ese ratito. La sección rítmica tiene peso y contundencia. Por lo que he leído el batería estuvo probando con ACDC. Sally Ann Evans añade el soul. Voz y teclado para pilotar la nave con calidez y simpatía. Incluso se ganó una Txapela que no dudo en probarse, aunque la dejara para mejor ocasión.

Slow train me puso loco. Con I’ve got dreams to remember de Otis Redding demostraron cómo se puede hacer una versión perfecta sin fusilar la original y sin perder tampoco la esencia. Desde el respeto pero viéndola a través de sus propias gafas. No se cómo ocurrió pero la media hora que tenían programada se convirtió en 50 minutos más o menos, montándose ya encima de Bloodlights que se me pasaron como un polvo rápido. En fin, no se puede amar a Dios y la riqueza.

Galería completa de Bloodlights

El ex Gluecifer, Captain Poon ya estuvo el año pasado de guitarra de Marky Ramone. Aquí venía comandando su actual banda, a base de detonaciones rápidas, sucias y contundentes. Ni han descubierto nada ni creo que lo pretendan. En treinta y cinco minutos todo se consume a velocidad de vértigo. Un visto y no visto. Cuando me quise dar cuenta ya estaba presentando la banda. (Tremendo animal a la batería). Ya se que es relleno pero necesito algo más de chicha.

Galería completa de Inglorious

Cambio al escenario principal (God) para ver a los británicos Inglorious con claras influencias del rock purpeliano pero con un cantante tan sobrado de voz como desmedido. Nathan James goza de un gran chorro, es indudable. Queda tan a la vista que no hace falta demostrarlo constantemente. El foco no puede ser siempre para él. En un torneo de agudos ganaría a la mismísima Mónica Naranjo pero esto era un concierto, no una competición. De ser así, hubiese quedado fuera de concurso. Andaba muy sobrado pero creo que se miraba mucho el ombligo. Vimos solo media hora. Parece que los solapes se podrían decidir por “selección natural”. Mejor así que forzándolo.

Galería completa de Psychotica

Nos acercamos a ver a Psychotica porque había que saciar la curiosidad y aunque no me guste ver conciertos partidos, eran veinte minutos hasta Loquillo y quién sabe… En el Azkena a menudo veo liebres, liebres saltando.

No se muy bien cómo explicar lo que presenciamos. Solo diré que vimos el concierto entero y a pesar del primer impacto y las dudas iniciales, no me importó perderme media hora de ex del Cotonificio. Hasta el punto de que cuando Psychotica abandonaron el escenario me quedó una sensación de coitus interruptus. Fueron 40 minutos y pasaron como 20. Entiendo que para los fans de esta banda tenerlos en Vitoria, después de cómo 7 años sin tocar, era un aliciente muy especial. Las primeras filas se convirtieron en un hervidero, en especial cuando Pat bajó a compartir micro con ellos.

Había en el aire algo misterioso, magnético. No se cómo explicarlo. Tuvo la actuación ese punto decadente, trasnochado, imperfecto, a medio camino entre la resurrección y el hundimiento, era tan real, tan impredecible… Pat Briggs, como una especie de ángel caído, expulsado de paraíso, buscando la redención entre sus fieles o acaso, un heredero destronado y autoproclamado Rey, aunque sea de “Todo a cien”. Porque había esa sensación de baratillo, de ensayo a puerta abierta, de partido homenaje… Mucho pregrabado, el batería invisible, cantidades ingentes de humo, el cuarteto arrejuntado casi en el centro del escenario. Todo muy barroco, teatral, excesivo… Me imaginaba el concierto de noche con Pat aullando a la luna, en plan Perry Farell.

Comenzó la actuación ofreciendo el concierto a la memoria de Chris Cornell y la cerró dedicando Little prince a todas las personas que en algún momento de su vida se han sentido diferentes. Casi a pelo, una especie de Bowie con voz ajada inicia la cuenta atrás… El cable se enreda entre sus botas “chupamelapunta” y al instante se escucha el “plonk” del micro contra el suelo… La banda se retira quedando Enrique Tiru solo meciéndola con su chelo, dejándola desangrase envuelta en esa bruma que dominaba ya todo el escenario. No se muy bien qué pero allí pasó algo.

Galería completa de Loquillo

A esa hora ya Loquillo iría por el meridiano de su actuación y nosotros también quedamos a mitad de recinto, casi en los baños centrales. Si, Loquillo concitó a un importante número de personas. Desde la distancia apenas se veía (En el dos no había pantallas) y se escuchaba de mala manera. Suficiente para cantar una detrás de otra todas esas canciones tan impregnadas en el ADN. El loco no dudaba en dejar cantar a la parroquia, puede que incluso demasiado. El rompeolas, El ritmo del garaje, Quiero un camión, Esto no es Hawaii o Cadillac solitario son un buen ejercicio para desempolvar lejanos recuerdos y a la vez darse cuenta de lo viejo que soy.

Galería completa de Michael Kiwanuka

Michael Kiwanuka me debió coger en mal momento porque solo necesitó tres o cuatro canciones (media hora) para noquearme. Tenía ganas de ver en directo el segundo disco pero tanto recreo me fundió. Si, muy bonito, con un sonido espectacular pero demasiado tenue para lo que me pedía el cuerpo. Estaba como una boya al pairo, pivotando, atontado, que no extasiado. Antes de morir disecado decidí moverme a ver a Thunder, una opción que siempre valoré. La gente habla maravillas del concierto. Es evidente que escuchar cosas como Cold little heart y no disfrutarlas como merecen solo puede ser culpa mía. Imagino que en ese momento me dio la “pájara” de todos los años.

Galería completa de Thunder

Con Thunder me volví persona otra vez. Los británicos dieron un concierto impepinable, casi perfecto, con un sonido al que no estamos acostumbrados. Aquí se juntan los riffs más punzantes con unos ritmos realmente contagiosos y unos estribillos tan simples como efectivos.

A la cabeza Danny Bowes, un cantante con una técnica envidiable. La comunión con la gente fue total y eso que les habían advertido que somos un público muy frío. Pues no, se dio la magia de las grandes citas y en esa parcela de al lado de la entrada no había apenas distancia ni barreras. Fue un ciclón, el grupo nos hizo perder la cabeza y nosotros les llevamos en volandas al éxito total. El jolgorio, las palmas, cánticos de ida y vuelta, la fiesta del rock representada como nunca. Cinco minutos en ese caldo hubieran convertido hasta al reggateonero más recalcitrante. Por otra parte, ¿a esto le llamaban Heavy? Cómo nos engañaron. En fin, a mi me recuerdan a Bad Company.

Ya de primeras atacaron con Wonder days siguiendo pocas canciones después con Resurrection Day, ambas de uno de sus últimos trabajos hasta la fecha. Siguieron con la balada Low life in high places. Con Backstreet symphony se me van los pies detrás de la música. Esto huele al Walk this way de Aerosmith. La locomotora va a tope, a mi también me dan ganas de hacer el trenecito. Con The thing I want solo se puede seguir subiendo. El vocalista baila despreocupado, con el gesto inequívoco de estar “tan a gustito”. Serpentine empapa de blues la noche. Danny, totalmente desatado, parece bailar muñeiras. Han hecho saltar la banca. Grupazo para el escenario grande, sin duda. Deberían ser compensados sin que pase mucho tiempo.

Galería completa de Union Carbide Productions

No se qué esperaría la gente del grupo “reunificación” de este año pero seguro que no lo que hicieron los Union Carbide Productions. Los suecos dieron una de las actuaciones más suicidas, cafres y troglodita que recuerdo. Música sin refinar, un denso alquitrán sonoro como para pavimentar Mendizabala tres veces seguidas. Más Stooges que los Stooges y mucho menos TSOOL de lo esperado, a pesar de ser su simiente. Nunca había escuchado dos bajos a la vez en un directo. De hecho no me percaté hasta acabada la actuación, cuando me lo comentaron. Así que sonaba como un martillo pilón, normal. La potencia se comió la psicodelia. Ebbot Lundberg salió a revolcarse y se llenó de barro hasta las barbas. Las canciones para cantar con corona de flores las ha dejado para cuando gira con los niños.

Galería completa de Chris Isaak

Media hora de la más absoluta nada puede servir como mucho para coger sitio pero el parón a esa altura de la noche pasa factura.

Escoltado por los pendones de Chuck Berry y Chris Cornell, Chris Isaak y la banda que le acompaña desde hace treinta años, hacen su aparición en el escenario principal (God). Son las doce y media de la noche, demasiado tarde para un chico bueno como él. En el recuerdo, su maravillosa actuación en el 2010, según muchos, el mejor concierto de la historia azkenera. En aquella ocasión la lluvia tiñó el concierto de un raro romanticismo. Yo sigo prefiriendo ver las cosas sin mojarme. Repetir aquello se antojaba complicado, el riesgo de las segundas partes, ya saben… Parece que esta vez alguno ha acabado con el morro torcido.

El principio de su actuación fue impecable, el chico tiene clase y simpatía para exportar. Goza de ese encanto de las estrellas que parecen terrenales. No le importa bajarse al foso, cantar mirando a los ojos de los fans, saludarles mientras ejecuta su función. El discípulo aventajado de Elvis desgrana lo mejor de su repertorio, con su característico rock & roll de vieja escuela y sus devaneos más country y fronterizos. El americano va recorriendo clásicos como One day, Blue Hotel (coreografía incluida) o San Francisco Days (con mini batucada) con versiones de hits imperecederos como el Ring of fire de Johnny Cash o el Oh, Pretty woman de Roy Orbison.

Cuando llega Wiked game se oyen gritos desaforados. Como chiquillas en un concierto de Justin Bieber. Son los dos primeros segundos, luego la música crea el milagro y se oye el sonido del silencio como pocas veces he sentido. Maravilloso. Me siento ingrávido, haciendo equilibrios en el alambre para no caer o venirme abajo delante de tanta belleza. Estoy totalmente hipnotizado, como el que se queda tonto mirando una lámpara de lava. Esta canción puede detener el tiempo. Es alucinante.

Ya en el tramo final los músicos se ponen en línea alante del escenario y hacen una parte más calma, acústica. El guiño viene con Spanish Blue Sky. Kenney Dale Jonshon fuera de la mampara de la batería, parece elaborar unas natillas con la caja y las escobillas. Arrastrando con delicadeza, sin cambiar el ritmo ni la dirección. (No vaya a ser que se corten). También se arrancan en castellano con la ranchera La Tumba será el final. Ciertamente premonitorio porque este tramo mató a más de uno. Nos acercábamos a las dos de la noche y muchos no estábamos ni para guirnaldas ni para farolillos. Speak of the devil o Baby did a bad, bad thing fueron de los últimos fogonazos de otra estupenda actuación aunque para mi gusto, fuera de hora.

The Cult cerraban el Azkena en el escenario dos a las dos de la mañana. Hora intempestiva para un grupo así, cuando la mayoría éramos hologramas o cadáveres andantes, sobre todo los que llevábamos desde el jueves. De hecho alguno ni aguantó a que salieran. En el 2011 tampoco tuvieron mejor ojo y les programaron jueves y de tarde. En aquella ocasión a pesar del buen hacer de la banda, Ian Astbury estuvo excesivamente errático y preocupado por la gente que meaba en las vallas.

Solamente el inicio de Wild Flower presagiaba algo muy diferente. Algo grandioso que todavía creo no he llegado a asimilar. Un puñetazo encima de la mesa en mayúsculas y con letras de oro. Clamoroso, colosal, juegan en otra liga. Los Cult reinaron en Mendizabala por encima de todos los demás. Ofrecieron lo mejor que puede ofrecer hoy en día una banda de rock, sonaron como si hubiesen descubierto el sonido, fue aplastante, apabullante. Fue tal abuso que me da la sensación que se ha pasado la mejor ocasión que vamos a tener de ver algo histórico. Esta misma actuación a las 22 horas, en el escenario grande, tocando hora y media, con la gente más descansada, las pantallas, y toda la épica de los grandes acontecimientos podría haber sido fácilmente el mejor concierto de la historia de todo el festival. No exagero.

Astbury tenía el día perfecto. Era ahora o nunca. Pues ha sido nunca… Dudo mucho que les podamos volver a ver así, dando esa descarga, con el hechicero moviéndose por el escenario con la impronta de los Dioses. Amo y señor, dominador total de la liturgia del rock and roll. Astbury viajó sin amarres, sobrado, se disfrazó de Jim Morrison y se comió todo el festival. Fue una de las actuaciones más descollantes que yo recuerdo en un frontman. Parece haber rejuvenecido veinticinco años. Como un tambourine man no dejó de azuzar el cacharro en plan tuno espídico, moviéndose chulazo y sexy… Recordé cuando iba a cortarme el pelo con quince años y cómo, mientras me perfilaba el tupé con los Cult sonando de fondo, mi peluquero decía entusiasmado “Me vuelve loco la melena de Astbury, me encanta como la mueve”. Ahora ya no lleva el pelo largo pero sigue manteniendo una voz prodigiosa.

Sobre la contundencia de la banda nada nuevo, la sección rítmica es brutal, van cuadrados, perfectos. John Tempesta es un puto metrónomo a la batería, fuerza y precisión. Billy Duffy es un guitarra completísimo pero que además tiene ese sello distintivo, personal, esa reverb tan Cult. Un eco hipnótico, oscuro, toda una fuerza centrípeta. Como todo no podía ser perfecto con Rain se me plantó en medio un carro de estos que portan cerveza, ¡qué puta barbaridad!, un día se van a traer el mueble-bar. Que se queden en casa. Lo siento, no se puede estar en un concierto y que te pase por delante semejante vehículo.

Deeply ordered chaos, Sweet soul sister, Phoenix, She sells sanctuary, Lil’l devil, Fire woman, Love removal machine, etc, etc. Terrible munición para una hora y cuarto en la que a Ian tuvo tiempo para recordar a Federico García Lorca en un breve pasaje del Spanish Caravan. Y no, esta vez no hubo Señor Piso, solo pasé miedo cuando le tiraron un tanga o no le devolvieron la pandereta…

* (El grupo no dejó pasar a los medios al foso así que he tenido que poner una captura de youtube del amigo Gavitana. Menos da una piedra. Una pena)

Esta vez se fueron al limbo SCR, Pat Capocci, Wyoming y los insolventes y del Trashville, Pelomono, The Devils y Bob Long III. Supongo que en otra ocasión…

Tengo la sensación, compartida por mucha gente, que ha sido de lejos, la edición mejor organizada del festival, con un cartel y un público, que como siempre, ha vuelto a ser su mejor baza. Ahora definitivamente se han juntado los tres elementos dando una nota buenísima. El futuro no puede ser más esperanzador. Ya estoy contando los días para el año que viene.

2 comentarios sobre “The Cult reinan en Vitoria (Azkena Rock Festival 2017 / Parte 3)”

  1. Muy buena crítica, si señor,quizás he echado de menos a Graveyard por ser uno de mis favoritos pero totalmente de acuerdo en caso todo.
    La sensación de ser el mejor Azkena vivido es extensa,brutales los Cult y chapó por la organización.
    Un abrazo.

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