Música de mejillones y mariposas.

Hoey & the Mussels es uno de esos grupos, tantísimos grupos, convertidos en obreros de la música. Gente, para la que el amor por este noble arte, pasa por venirse de Navarra a Santander, tocar de teloneros para unas veinte personas aproximadamente, y volver a su tierra sin ni tan siquiera poder ver acabar al artista principal.

¿Por qué? Muy sencillo, al día siguiente se levantan a las siete para currar. No son ni mejores ni peores por esto, pero a mí, me merecen el mayor de los respetos. Les siento como carne de mi carne. Lo digo porque yo he hecho lo mismo muchas veces, no para tocar claro, pero si para ver música en directo. Viajes a Bilbao, Gijón, Vitoria, Pradejón… todo vale, eso sí, al día siguiente los parpados te llegan al suelo. Duro oficio este, para el que toca, y para el que escucha. Encima no creo que hayan cobrado mucho, es lo que hay. Son los músicos de base, lo que hay si no te saltas los pasos, el recorrido natural. Así se hace curriculum.
Sobre el concierto, muy bien, rock, folk, música que suena a madera, a campiña, a ferrocarril quemando kilómetros, a sabor amargo. El grupo está compuesto por dos Navarros y dos Irlandeses asimilados. Cercanos a la Cantina Bizarro, no en vano comparten batería… me recordaron a The Drones en muchas fases, supongo que por la voz y los arrebatos sónicos. Algo de Tom Waits… incluso un tema se acercaba mucho a The Cramps. Un estupendo aperitivo, música a golpe de zapatazo. Parecía que iban a tirar la tarima cuando ponían toda la carne en el asador. Quedamos con buen sabor de boca, los dos cds ya están en mis manos.

La música tradicional de los Navarro-Irlandeses dio paso a otra propuesta variada e inclasificable. Bobby Bare Jr. también bebe de los clásicos, pero desde otra mirada, totalmente personal. Sus canciones no se pueden adivinar, sabes como empiezan pero no como acaban. Te vas enterando sobre la marcha, no usa esquemas demasiado clásicos. Música que vuela libre como la mariposa que gobernaba la eléctrica. Acompañado de una corista, batería y teclista (el Casiotone estuvo presente), podía pasar del country más clásico al rock más plomizo. Por el camino dejaba escalas poco habituales, le daba a la psicodelia o subía la tensión hasta el límite. Mucha calidad en las voces, tanto Bobby que lo sigue sacando de muy dentro, como la de la chica, que amortiguaba a la perfección con un registro mucho más dulce. Ciertamente, si que huele a Wilco, My Morning Jacket y demás, por momentos incluso al Beck más folk. Bobby Bare toca con las manos, con el alma e incluso con los pies. Sin dejar de cantar ni rasguear su acústica, su pie derecho a modo de garra, pinzaba una pandereta que percutía sobre el suelo… el hombre orquesta. Si señor.
La sorpresa fue ver a tanta gente a partir de cierta hora, yo pensaba “aquí tiene que haber truco”. Cuando Bobby estuvo en Liérganes hace un par de años no pasábamos de treinta, yo creo que ayer habría cien o algo más. Efectivamente, después del concierto había un Karaoke organizado por la Univerdad. Eso me dijeron. El Karaoke arrastra más gente que la música en vivo. No entiendo nada.