Introspección, sauna, tensión.


Foto: Roberto Ortiz (Rortiz)

El grupo Nudozurdo visitó el pasado vienes 8 de abril la sala Black Bird de Santander. Los madrileños pasan por ser una de las más firmes promesas, yo diría más bien, realidad, del panorama del “indie” nacional. (Odio las etiquetas pero así se entiende la gente). El cuarteto presentaba su recién parido “Tara, motor, hembra”. Alrededor de ochenta personas paladeamos en directo sus primeros pasos…

Sobre las diez de la noche, casi con una hora de retraso sobre el horario marcado, se suben al escenario Leo Mateos y César de Mosteyrín y comienzan su set con “El diablo fue bueno conmigo” sin réplicas en forma de voz femenina. Los picotazos de la Telecaster son finos y precisos, como pequeños arañazos… “Prometo hacerte daño” es una sentencia tan dura y seca como la puesta en escena del cuarteto. No hay gracietas ni discursos, solo introspección y buen oficio.
En “Golden Gotelé” hay ya estampida de sentidos. El grupo toca con un sentimiento tan a flor de piel, que parece que el mundo se va a acabar en ese instante, ¡vaya tensión! Hay una misteriosa mezcla entre rabia y zozobra (será su voz, su voz, su forma de tocar…) Veo la belleza a pesar de la oscuridad y de los ritmos machacones… la guitarras rastrean en un lugar remoto y profundo de mi cerebro. Siempre consiguen sacar algo.
Leo Mateos clava su mirada en un punto fijo y ejecuta su credo sin pestañear, como en shock. ¿Sangrando por dentro? Su gesto es un fósil, su alma se descifra a través de sus canciones, una pena que la voz no llegara clara para tener además de sensaciones, certezas.
“Conocí el amor” y sus ritmos enfermizos, muy en la onda de Manta Ray. La base rítmica es aplastante, devastadora. Esta música te hace crujir hasta los huesos, te aprieta fuerte, te golpea donde más duele, tiene una cadencia inflexible, agotadora. Es una maravillosa tortura, no así la falta de aire a mí alrededor. La sensación es de caos ordenado, vemos como levantan verdaderos muros de sonido con una facilidad pasmosa. La atmósfera se vuelve asfixiante, la sala también. El calor es insufrible, la música es casi perfecta pero las condiciones no. Espero que la sauna me haya servido para bajar algún kilo.
El gallinero se hace presente con Nudozurdo también, no respetan a nadie ni aunque la entrada les cueste quince euros. Molestan más que el humo del tabaco pero no se puede hacer nada contra ellos.
De vez en cuando la banda echa un vistazo atrás como en “1000 espejos”, tejiendo esas capas y capas de guitarras, tan profundas como frágiles, tan cristalinas, tan expresivas…
Laser love me trae a los Luna a la cabeza… es la canción en movimiento, crece lenta y segura como un soufflé en el horno, aumentando su carga eléctrica a medida que va devorando segundos, haciéndose fuerte a más minutaje.
Dosis modernas se me quedó corta, esperaba algo más, la mecieron bien, con el gusto y tacto precisos, pero pensaba que iba a abrirse más al final, hacerlo todavía más explosivo. No dejo de reconocer la dificultad de llegar al registro del cd. (En disco me parece de otro planeta. Un regalo que han dejado en la tierra para los restos).
Un aire apocalíptico planea sobre El hijo de Dios, es el delirio hecho canción, los impulsos malditos y el descontrol dibujados perfectamente en ocho minutos tan descorazonadores como reales y cotidianos.
Nudozurdo se ha convertido en un serio aspirante, una banda con presente y futuro, con personalidad y un directo epatante. Imagino que en no mucho tiempo ganarán en proyección y reconocimiento pero yo soy muy malo haciendo pronósticos. De momento, creo que están donde querían estar.

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