Festivales 2011: ¿Se nos ha roto el juguete? (I)


Foto: korrektvonuns

Hace ya 3 años dediqué un post a analizar el estado de las cosas en los festivales de música. Desde entonces se han empezado a notar los síntomas de pinchazo de la burbuja festivalera, un proceso que se ha acelerado por la pésima situación económica. Pero este pinchazo ha dejado al descubierto asuntos de fondo sobre los que merece la pena pararse a reflexionar.

El modelo agotado.

Voy a empezar con tres festivales que se han encontrado en un callejón sin salida, y que pueden ser buenos ejemplos de lo que ha pasado en los últimos años.

    -Summercase: ¿la libre competencia siempre mejora la oferta?

Para el que no lo recuerde, el Summercase se celebró entre los años 2006 y 2008 simultáneamente en Boadilla del Monte (Madrid) y Barcelona; era un festival que buscaba una afluencia masiva de público (las cifras oficiales hablaban de 109000 espectadores en la edición del 2007) bajo el reclamo de un cartel espectacular, basado en la calidad y la cantidad de los artistas. No tardó en surgir el conflicto con el FIB, festival con un planteamiento bastante similar, y terminaron por retarse en un duelo al sol: en julio de 2008 los dos festivales se programaron en el mismo fin de semana, e incluso el FIB tomó la inédita solución de programar una versión “barata” en Madrid para intentar arañar asistentes al Summercase. Fue una batalla sucia y caníbal, casi kamikaze, en la que la música y sobre todo el público quedaron en un segundo plano. Finalmente ganó el FIB: hundido económicamente, Summercase no se volvió a celebrar y Sinnamon, la promotora del festival, quebró y arrastró en su caída a otros negocios como el Festival Wintercase o la discográfica Sinnamon Records. Pero también se comenta que la sangría económica que le supuso al FIB esta guerra aceleró la compra de la marca por el empresario inglés Vince Power y la salida de los hermanos Morán, responsables del festival desde su creación. Y, a la postre, la desaparición del espíritu y los valores que habían llevado al FIB a convertirse en una fórmula de éxito. Todo a cambio de conseguir la pervivencia económica y una reputación de gigante intratable. Quizá fue una gran victoria para los amantes de las finanzas, pero también fue una victoria pírrica para los amantes de la música en general, y en particular para los fibers de toda la vida, el núcleo duro de seguidores más fieles, que entendieron que había llegado el fin del festival tal y como lo habían conocido hasta entonces.


    Foto: urban75

    -Salcedorock: el doble filo de las ayudas públicas.

La octava edición del festival Salcedorock (Salcedo, Piélagos) estaba anunciada para el sábado 31de julio, con el cartel cerrado y con su campaña de promoción ya en marcha. Sin embargo, el 18 de junio, pocos días después de que el nuevo equipo municipal tomara su cargo, se anunciaba la cancelación del festival a causa de los recortes en las ayudas para festejos incluidos entre las medidas de ajuste presupuestario. Los recortes también limitaron los presupuestos de bastantes otros eventos del municipio de Piélagos, así que la medida parecía lógica y justa… hasta que nos fijamos en que se ha optado por manetener el concierto de La Unión en las fiestas de Renedo, cabecera del mismo ayuntamiento. Pues sí, es época de recortes, pero estos no tienen por qué ser justos ni equitativos. Lo triste es que es muy probable que de aquí en adelante casos como este se vuelvan bastante frecuentes.

    -Glastonbury ¿Dónde está el límite del crecimiento?

Michael Eavis, fundador del festival de Glastonbury y encargado de sacarlo adelante durante 40 ediciones, anunciaba en una entrevista reciente que al festival no le quedaban más que un par de años. Entre los motivos apuntaba la dificultad que supone mantener una programación de calidad mientras se pagan los cachés estratosféricos de algunos cabezas de cartel, y también la pérdida de ilusión por no encontrar nada que pueda sorprender al público ya. Sí, uno de los mayores y más veteranos festivales del panorama musical, el faro que marcaba el camino a decenas de macroeventos en todo el mundo, acusa una hipertrofia económicamente insoportable, capaz de terminar con la ilusión de sus creadores. Mal asunto.


Foto: Tanakamusic

Los grandes problemas

    Las páginas sepia: economía

En los tres ejemplos aparece un denominador común: los problemas económicos. Montar un festival requiere una importante inversión económica que no siempre es fácil recuperar. La burbuja festivalera de la que se habla hace años que ha conseguido que cada vez sea más difícil conseguir beneficios: los cachés de los artistas se han inflado al tiempo que aumentaba la oferta de festivales, lo que a su vez ha hecho más difícil atraer a una cantidad de público suficiente como para que las entradas y las barras reportaran unos ingresos suficientes.
¿De dónde ha salido el dinero, pues? Muchos promotores optaron por apoyarse en los hombros de unas corporaciones municipales a las que el asunto de la música (y casi cualquier otro asunto) les resulta totalmente indiferente. Los ayuntamientos han visto en ellos un símbolo de estatus: “todo ayuntamiento que se precie de serlo ha de tener su propio festival”, parecen haber dicho.
Lo peor de todo es que, como ya se ha comprobado, en el momento en que la agenda política impone otras prioridades (llámense estas recortes presupuestarios, ayudas a gente que va a ver al papa o espectáculos de camiones chocando entre sí) el grifo del dinero se cierra, y llegan los problemas.
En los últimos años también se ha visto cómo el patrocinio por empresas privadas ha crecido y se ha hecho cada vez más visible. Más tarde volveré sobre este punto.
Por otro lado, bastantes festivales se han acercado al modelo de gestión al puro estilo low cost. Y cuando hablo de low cost no lo hago refiriéndome en concreto al festival alicantino (en el que nunca he estado, por lo que difícilmente puedo verter una opiníon con sentido sobre él), sino al modelo popularizado por compañías aéreas tipo Ryanair, que rebajan el precio de los productos que ofrecen a costa de recortar servicios y buen trato al cliente. La otra cara ha sido el engorde del coste de todo aquello que no esté incluido en el importe del a entrada y a lo que la organización vea la posibilidad de ponerle precio.. La alarma saltó cuando el FIB comenzó a cobrar 6€ por cada copia de los horarios del festival. A partir de aquí se abrió la veda del todo vale: en la actualidad hay festivales que cobran cantidades obscenas por la comida, lo que se sirve en las barras o por el merchandising oficial. Parece que cualquier día se sustituirá el dicho “aquí ponen las copas a precio de puticlub” por “esto se paga a precio de festival”.

Arenal Sound
Foto: Gentevalencia

    La pérdida de la ilusión.

De los ejemplos que puse al principio, al menos en el caso del fin de Glastonbury la pérdida de la ilusión es evidente: “Tengo la sensación de que el público ya lo ha visto todo antes”, dice Eavis. Pero este sentimiento no es exclusivo del inglés, sino que el hastío parece haber calado en el ánimo de decenas de promotores. En los últimos lustros la oferta musical ha sido ciclópea, se ha escuchado más música que en ningún otro momento de la historia de la humanidad. Pero, por otro lado, la oferta se ha vuelto tan accesible que es muy difícil sorprender a un público que lleva años teniendo acceso completo a todo.
La pérdida de la ilusión puede venir por lo difícil que resulta en la actualidad montar un festi personal; quizás el tener las manos atadas para fichar propuestas más arriesgadas ha hecho que los promotores de grandes eventos caigan en la desidia, o quizás el cansancio de montar un festival ha hecho que cada vez se fichen propuestas menos arriesgadas.
Hay que tener en cuenta que un festival de música no suele ser un negocio que asegure una rentabilidad suficiente como para atraer a empresarios ajenos a este mundillo. Conseguir unos beneficios que justifiquen la inversión es algo que suele llevar varios años, e incluso es fácil que nunca se alcancen. Así que para que un festival llegue a buen puerto no solo será necesaria una dosis generosa de capital económico, sino también un importante aporte de ilusión. Y cuando no hay ilusión, o cariño, o como queráis llamarlo, la calidad del festival se resiente.

continuará…

Texto: Carlos Caneda

8 comentarios sobre “Festivales 2011: ¿Se nos ha roto el juguete? (I)”

  1. yo fui al ultimo summercase… al paso que vamos no se si algun dia ire al fib o glastonbury. una pena, porque al final perdemos nosotros.

Los comentarios están cerrados.