El laberinto de Maika Makovski

El pasado miércoles 9 de noviembre, Maika Makovski, actuaba en la sala Heaven de Cacicedo de Camargo. Un ambiente especialmente gélido para un sitio de esa capacidad. Está claro que la chica merece más… me hace gracia recordar algunas voces que ya la llamaban vendida, sólo por no repetirse. Aquello no tenía ningún sentido y a las pruebas me remito. La gente cuando tiene que ir a Cacicedo se vuelve perezosa. Imagino que la misma actuación en el Black Bird por ejemplo, hubiera rozado el lleno (También es más pequeño). Sea como fuere, parece que el personal se tomó al pie de la letra el título de su último disco “Desaparecer” y fuimos unas pocas decenas los que allí nos personamos.

Dani Poveda (Gentle Music Men) fue el encargado del ingrato papel de telonero. Temas en inglés, castellano, versión al canto de Ron Sexsmith y algún intento de club de la comedia. Le echó valor… era difícil. Además, la foto que me tiró con la protagonista de la noche le quedó realmente bien.

El cancionero de Maika es como un laberinto. En sus múltiples galerías, la diferencia, la riqueza, su virtud. Perderse en ese mapa no importa, no hay calles erradas, ni pasos en falso… todo tiene sentido en su magnética telaraña. Su música es cruda y abrupta, me traslada imágenes muy poderosas. Viajo por terrenos de polvo y grava, los tacones sacan blues de la tierra, en el subsuelo hay magma brotando. Sube la presión de la caldera, las tuberías muestran su encanto desgastado. El viento repiquetea en letreros oxidados, la vieja gramola dispara voces de otras vidas, la serpiente de cascabel silva de nuevo… Me acuerdo de Tom Waits pero también de Judy Garland… ¿Es posible?

Una voz sinuosa lo hechiza todo, el felino pisa fuerte incluso de puntillas… Maika es muy buena, pero la banda está a la altura. Oskar Benas hace chillar la guitarra, retuerce los sonidos… exprime las cuerdas hasta dejarlas secas. La sección rítmica bombea que da gusto, como el eco de un latido incandescente. (David Martínez a la batería y JC Luque al bajo son el pulso y el nervio). Con más gente, o en otro lugar, la actuación se hubiera elevado aún más. El teclado en manos de la mallorquina, parece que tiene vida propia, a veces lleva un compás sereno y en otras ocasiones como en The Gate, galopa desatado. El grupo le da unos curiosos meneos a su música. Hay pasajes transgresores, ordenado caos, estructuras irreverentes… Los esquemas clásicos saltan a pedazos. Nevermore sigue esta senda tan personal. El sonido de la Heaven, como siempre, de notable.
Así va creciendo su carrera, del rock al folk-blues, con algún fogonazo más cabaretero, experimental y ahora, además, teatral. No en vano, “Desaparecer” es la banda sonora de la obra de teatro del mismo nombre, dirigida por Calixto Bieito. No sólo eso, la cantante es también protagonista junto a Juan Echanove. Los textos de Edgar Allan Poe como inspiración, pero hay también cosecha propia. Así pues, el proyecto se presenta en dos versiones diferentes.

Aún recuerdo la primera vez que vino a Santander, en el conservatorio Jesús de Monasterio, una velada doble donde tocó también Tim O’Reagan. Tengo que reconocer que su presencia era intimidante. Una morena de pelo largo, piernas interminables, alta y bien plantada… más fuerte que un roble y haciendo rock. En el cara a cara es todo lo contrario, cercana y accesible. Para que sirva como ejemplo… a la entrada de la sala había pegada una nota manuscrita avisándonos de un retraso de media hora y pidiendo perdón. Al parecer tuvieron problemas con la furgoneta en medio del viaje. Me pareció un detalle sintomático y revelador. Así pues, la vigorosa guerrera que se muestra en Ruled by mars o No Blood, es más bien una muchacha serena y dulce, más como lo que vemos en Friends. En cualquier caso, es camaleónica y ecléctica. Canta, toca, interpreta, pinta… ARTISTA con mayúsculas, lo vuelvo a decir. Se ve por todo el recorrido de su enrejado, en los súbitos giros de sus curvas, con cada trazo acabado y en cada camino trazado… su impronta flota en todos los rincones de su obra, queda siempre a la vista, como la doble “MK” que corona la bandolera de su guitarra. Si me preguntan por su música o sus actuaciones puedo responder sin quitar ni añadir una coma “Es Maika Makovski, sin más”. En una sentencia seca y concisa que no necesita más explicaciones (tampoco sabría darlas). El fenómeno se define por sí mismo. Si quieren más pistas, pueden escuchar sus discos o intentar ver sus conciertos. Luego, cada uno, que saque sus conclusiones.