Chocolate blanco

John Mayall en Santander.

Todavía recuerdo cuando con mis tiernos quince años iba a comprar vinilos a “Discos 33/45”, una pequeña tienda situada encima del quiosco que hay en frente del Ayuntamiento. Allí entrabas y encontrabas kilos de discos, todo esparcido por el suelo en un curioso desorden ordenado (por lo menos para el dueño).
Te preguntaba qué querías, tú contestabas por ejemplo… “algo de blues”. Cogía un montón, lo movía a otro sitio, cambiaba un par de cajas, y al final, como si fuera un tesoro oculto te señalaba, “en esa fila tienes lo que tú quieras”.

El lunes 30 de julio tocaba el mítico John Mayall en el Teatro del Centro Cultura de la calle Tantín. El motivo era el cierre de las actividades programadas para el celebrar el centenario de la Caja Cantabria.
Mi duda durante la tarde era si bajar uno de esos discos con sabor añejo para que me lo firmara el veterano músico. Rápidamente desistí de la idea. Pensé que iba a cargarlo a lo tonto y que sería misión imposible. Pues bien, según entré en el hall, estaba el padre del blues blanco vendiendo merchandising como si tal cosa. Lamenté mil veces no haber bajado el puñetero disco. Me limité a observar como pasaba delante de mis narices el tren de la historia y yo no tenía el suficiente valor para decir a ese hombre lo que había representado en mis años mozos. De todas maneras por lo que me comentan quienes allí fueron, no tenía muchas ganas de charleta. Estaba a vender cuanto más mejor y lo demás no parecía importarle mucho. El caso es que me quedé con las ganas.

Una vez dentro empezó el show sobre las 22:10 horas. Los nuevos Bluesbrakers hacían un par de temas ellos solos. J. Mayall seguía apurando la venta. Buddy Whittington empezó con sus punteos infinitos y demostró que voz no le falta. Mientras Joe Yuele a la batería, Hendrick Van Sickle al bajo hacían el trabajo sucio, a veces daba la sensación que la película no iba con ellos.
Cuando salió el verdadero protagonista de la noche, el salón casi se viene abajo. Un aforo totalmente lleno le daba un recibimiento espectacular. Durante toda la noche fue así.
El escenario era bastante austero, unas luces que solo se movían de vez en cuando, mínimamente, y un telón negro de fondo. No hacía falta más. El músico británico interpretó canciones de clásicos como Freddie King, Otis Rush o Leon Russell entre las de su propia cosecha. Sonaron piezas como Now I´ve Got A Woman, Oh Pretty Woman, All Your Love, So Many Roads o la emblemática Room To Move que el público quiso escuchar casi en silencio. Cada vez que John Mayall cogía la armónica había que agarrarse al asiento. Podría pasarse todo un concierto tocándola, ella habla en su nombre. Es un maestro con este instrumento, cuando lo desliza por su boca, todo lo demás pasa a segundo plano.
Las cerca de dos horas de actuación, trascurrieron sin sorpresas. Un viaje al pasado, un recorrido por el blues (chocolate negro bañado en blanco). Música que se puede disfrutar sentado.
Los duelos de teclado y guitarra eléctrica se llevaban la palma. Buddy Whittington es un virtuoso, se sobraba todo lo que quería y más, pero creo que acaparaba demasiado. Seguramente algo más coral canse menos. Daba la sensación que el grupo se partía por la mitad, como esos equipos que se quedan sin medio campo. Esos partidos de cuatro en la defensa y el resto de futbolistas al ataque sin ningún complejo. Si en la sección rítmica hubiera habido dos maniquíes no se hubiera notado. John y Buddy eran unos chupones. También se hubiera agradecido algo más de improvisación, pero la mitad de la banda estaba atada de pies y manos.

Han pasado más de quince años desde que lo vi por primera vez en “El Concierto de los Mil Años” celebrado en La Coruña. Ahora su guitarra recortada es de diseño, ha perdido bastante peso y ya pasa los setenta años. Pero a día de hoy su voz nasal sigue siendo inconfundible y como mueve la armónica John Mayall, como lo hace él, no lo hace nadie.